Esas aguas de distinta naturaleza, que históricamente hacían de Madrid un lugar con abundancia de este recurso, se fueron arrinconando a medida que se fue consolidando la gestión de residuos de la ciudad a partir del siglo XVIII y con la traída del agua del Lozoya a finales del siglo XIX. Los antiguos viajes de agua cayeron en desuso, las aguas subterráneas hacía tiempo que habían dejado de ser tan salubres, la ciudad creció a espaldas del Manzanares y la sobreexplotación de las cuencas de los arroyos mermó su caudal. Estos comenzaron a ser canalizados por pequeñas acequias para, más tarde, quedar totalmente soterrados y olvidados. Apenas nos recuerdan este pasado el desnivel de algunas vaguadas o el trazado de calles y avenidas como la sinuosa Castellana. Las curvas de ese importante eje urbano siguen los antiguos meandros del arroyo que aún corre bajo su asfalto. También traen el recuerdo de ese pasado nombres de calles como Mira el Río Alta o Mira el Río Baja, o vestigios de las fuentes a las que acudían los aguadores cuando aún no había agua corriente en las casas. La naturaleza se ha ocupado ocasionalmente de hacer aflorar la presencia del agua con hechos puntuales, como la inundación que en 1966 asoló Vallecas y Villaverde a causa de la crecida del arroyo Abroñigal, que hoy discurre bajo la M-30.
El reto de caminar la ciudad
Varias de las rutas organizadas por los expertos de Caminar el Agua se proponen el reto de salir de la ciudad o entrar en ella caminando, recorriendo distintos tramos del cauce del Manzanares comprendidos entre El Pardo y Butarque. Concretamente, en el tramo entre el río madrileño y el arroyo de la Trofa, cerca del aparcamiento de Somontes, es posible comprobar los efectos beneficiosos del proyecto de restauración fluvial desarrollado por la Confederación Hidrográfica del Tajo. Camila Kuncar explica que lo interesante de esta iniciativa es que no consiste en poner cosas sino en quitarlas, “retirar las escolleras, hacer más amable su llanura de inundación y relacionarla con su orilla”. Entre sus objetivos, devolverle al Manzanares el carácter de río fluyente; conectar el cauce con su entorno; favorecer la diversidad de hábitats; y favorecer el acceso de los madrileños a sus orillas.
Las temáticas relacionadas con el agua que se tratan en estas charlas en movimiento son muy diversas. En otro de los paseos, el ingeniero de caminos Antonio Bolinches explica que las aguas subterráneas que antes circulaban por el trazado de la línea 10 de Metro se desvían hoy a uno de los dos arroyos permanentes de la Casa de Campo, el Meaques. “Para que esas aguas subterráneas no se filtren al interior del túnel, se extraen colocando una bomba en su punto más bajo”. Así, no solo abastece al arroyo todo el año, sino que aún queda suficiente agua para nutrir al lago de la Casa de Campo.
Hitos de la arquitectura hidráulica
Los recorridos de Caminar el Agua también reparan en los hitos de la arquitectura e ingeniería hidráulica, y es que los promotores de esta iniciativa consideran que si los ciudadanos no saben dónde nacen y cómo se cuidan los ríos, así como dónde va a parar el agua residual o el agua de lluvia, no seremos capaces de cuidar nuestro patrimonio natural más cercano. Entre estos hitos construidos destacan la presa de El Pardo, que no cumple las funciones típicas de una presa, ya que su cometido es regular el caudal del río Manzanares. Estaciones depuradoras como las de Viveros de la Villa, La China, Butarque o La Gavia Sur forman parte de un sistema interconectado que limpia el agua usada en los barrios para abastecer después al Manzanares o reutilizarla para riego.
En estas rutas hay dos paradas nostálgicas. Una, en la histórica “playa de Madrid”, donde se explica cómo en los años 30 del siglo XX se embalsó el Manzanares para crear una zona artificial de baño y de variadas actividades recreativas acuáticas. La otra es el Real Canal del Manzanares, una gran obra de ingeniería que soñó Felipe II y se llevó a cabo ya en el siglo XVIII bajo el reinado de Carlos III, con el propósito de unir Madrid con el océano Atlántico, hacer navegable el Manzanares y conectarlo con el Tajo. Con la llegada del ferrocarril, el proyecto quedó incompleto al quedar obsoleto como forma de transporte, llegando a ejecutarse apenas 20 kilómetros del mismo, desde los alrededores del puente de Toledo hasta Rivas-Vaciamadrid. A lo largo de su trazado se construyeron 10 esclusas, una cabecera, un embarcadero, así como varios molinos y casas para personal y mantenimiento.