La sierra de Guadarrama es la gran barrera natural que separa a Madrid de Castilla y León. Desde tiempos inmemoriales, se buscó la mejor forma de atravesar estas montañas en dirección a Segovia, cuyos vestigios podemos ver hoy en día en el valle de la Fuenfría: tanto la calzada romana como la borbónica, así como la carretera de la República, son testigos de la historia que se encuentran a poco más de 50 kilómetros de la ciudad de Madrid. Aunque el paso por el puerto de Navacerrada ya existía desde 1788, su elección, ya en el siglo XX, como la conexión definitiva entre Madrid y Segovia, por su trazado técnicamente más idóneo para la construcción de sucesivas carreteras modernas, dejó congelado en el tiempo el otro recorrido desechado del Valle de la Fuenfría. Esto nos ha permitido conocer y preservar dicho valle y sus vestigios históricos para su estudio, y que estas vías y calzadas milenarias lleguen hasta nuestros días para el disfrute de madrileños y visitantes.
Para conocerlas, solo hay que acercarse hasta el serrano pueblo de Cercedilla y, desde allí, dirigirse hasta la zona de las Dehesas, en el corazón del valle de la Fuenfría, bajo las escarpadas cumbres de los Siete Picos conocidas en la Edad Media como la “sierra del Dragón”, por su semejanza con el perfil de este animal fantástico.
Se puede decir que la puerta del valle es su centro de educación ambiental, frente a cuyo edificio, un típico chalet de montaña, se encuentra la primera señal metálica moderna, en la que se lee “VIA XXIV FVENFRIA” y que marca el itinerario de la Vía de Antonino, perteneciente a la calzada romana que unía Miacum (Collado Mediano) con Segovia, atravesando la sierra de Guadarrama por el puerto de la Fuenfría. El Imperio romano construyó miles de kilómetros de calzadas en toda la Península Ibérica, cuyos trazados, curiosamente, coinciden en gran parte con la actual red de carreteras nacionales.
Los vecinos de Cercedilla dicen que la calzada está allí “de toda la vida”, no en vano se construyó en el primer siglo de nuestra era, pero no fue hasta 1910 cuando el historiador Antonio Blázquez, tras encontrar un miliario (algo así como un mojón kilométrico de la antigüedad), dio por hecho que la calzada que desde allí asciende hasta el citado puerto era la carretera romana. En 1981, fue declarada como Bien de Interés Cultural por el gobierno de la Comunidad de Madrid.
Cuestión de inclinación
Sin embargo, algo no cuadraba entre los colegas de Blázquez. Los ingenieros del Imperio romano trazaban sus vías con un 8% o 10% de desnivel. Y la calzada que se creía romana llegaba a tener en ocasiones hasta un 22% de pendiente, como ocurre en el trecho llamado “Cuesta del Reventón”. Posteriormente, una nueva investigación llevada a cabo por Javier Rivas López, Isaac Moreno Gallo y Jesús Rodríguez Morales, demostró que la mayoría del trazado de la calzada que todos creían romana, en realidad pertenecía a una nueva que se hizo en el siglo XVIII. Felipe V, primer monarca español de la Casa de Borbón, con el fin de que la familia real tuviera un itinerario cómodo cuando viajaban hasta La Granja de San Ildefonso, mandó hacer esta calzada en 1722, para la que se utilizaron algunas de las piedras originales de la romana, lo que contribuyó a que se perdiera en parte la traza original de la primitiva vía.
El primer vestigio de esta segunda calzada está muy cerca del aparcamiento de Majavilán: se trata del puente del Descalzo, del siglo XVIII, junto al que apareció el miliario que, en parte, creó la confusión. Sobre las robustas piedras del puente, ya se observan perfectamente las losas de la calzada borbónica, nombre que se le ha dado oficialmente. Un poco más adelante, ambas calzadas quedan bien definidas: la borbónica, marcada con señales para senderistas de color blanco pintadas en los árboles, seguirá de frente, coincidiendo en su itinerario con el Camino de Santiago de Madrid. Por su parte, la vía romana gira hacia la derecha y, tras una cancela, asciende suavemente, marcada actualmente con puntos de color verde y los hitos metálicos de la Vía XXIV.
Las calzadas volverán a encontrarse más arriba, en la llamada Pradera de los Corralillos, donde se cruzan con la llamada carretera de la República. Esta infraestructura iba a discurrir entre las localidades de Cercedilla y Valsaín. Durante la II República se planificaron una serie de carreteras a través de parajes naturales, para facilitar el acceso de los ciudadanos al pulmón verde de la región. Las obras de esta carretera las llevó a cabo la empresa Puricelli Española y, prácticamente, sólo faltó asfaltarla. El comienzo de la Guerra Civil paralizó las obras y, desde entonces, es tan solo una pista forestal por la que caminan y pedalean los excursionistas, los cuales todavía pueden ver los quitamiedos de piedra que se conservan.
Tras converger las dos calzadas, se vuelven a separar: la borbónica seguirá de frente, y la romana irá desviándose poco a poco hacia la derecha, junto a los cimientos de una antigua construcción romana que, seguramente, sirvió como casa de portazgo.
El tramo que discurre desde aquí hasta el puerto de la Fuenfría es donde están mejor conservados los vestigios de ambas calzadas, que vuelven a juntarse en el citado puerto, donde, antes de descender hacia Segovia, se encuentran de nuevo con la inacabada carretera de la República.
Desde el Puerto de la Fuenfría, merece la pena bajar un poco en dirección a Segovia, para llegar hasta las enigmáticas ruinas de Casarás y su terrible leyenda. Pero, como diría Michael Ende, “esa es otra historia y la contaremos en otra ocasión”.
Información práctica para conocer a pie estas calzadas y carreteras:
– Tiempo de excursión caminando desde el Centro de Educación Ambiental al puerto de la Fuenfría: entre 3 y 4,30 horas (ida y vuelta, según se regrese por las calzadas o por la Carretera de la República).
– Equipo imprescindible: botas de senderismo, prendas de abrigo, chubasquero, gafas de sol, gorro, guantes, algo de comer y agua.
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