Un grupo de vecinos de Fuencarral preserva sus tradiciones centenarias, para mantener la identidad propia de esta antigua villa, hoy integrada en Madrid.
Son muchos los fuencarraleros que no se pierden cada primavera sus fiestas locales, singulares por su loa a la Virgen, danzas como el paloteo y el tejido de cintas, o el concurso de pucheros, entre otras tradiciones.
Fuencarral tiene un rico pasado con marcada personalidad propia, no en vano fue villa independiente desde tiempos medievales hasta su integración en la ciudad de Madrid, allá por 1951. Entre sus señas de identidad centenarias se han mezclan tradiciones profanas, vinculadas al ciclo anual agrícola y otras religiosas, ligadas al Cristo de la Vera Cruz y a la Virgen de Valverde.
Mientras que al primero se le venera en septiembre, destacan especialmente por su riqueza cultural las celebraciones en torno a la Virgen, que se centran en nueve días, del 25 de abril al 3 de mayo. Incluyen romerías, danzas populares, pintorescos concursos como el de los “pucheros” y hasta la representación cíclica de una loa a la patrona, que tiene origen bajomedieval. Este recital en verso, que tiene lugar cada cuatro o cinco años, escenifica la aparición de la imagen de la Virgen de Valverde a los pastores y zagalas, y plantea un diálogo entre ellos, con el alcalde y con el botarga, personaje de origen pagano, común a otras regiones del norte de la península. Se trata de una figura bufonesca, emparentada con el culto romano al dios Baco.
En Fuencarral, el botarga lleva un palo al que se atan unos globos, antiguamente vejigas de cerdo infladas, va repartiendo golpes con ellos a los espectadores distraídos y dirige el diálogo entre los personajes de la función. En otra parte de la representación cobran protagonismo dos grupos, de moros y cristianos, ataviados los primeros de color rojo y los últimos de azul. La escena recrea el choque entre las tropas cristianas de Juan de Austria y las moriscas de Abén Humeya, responsables de la sublevación en las Alpujarras en el siglo XVI.
Acto seguido, el botarga sujeta en pie un palo alargado del que penden cintas de colores, que el grupo de danzantes irá tejiendo y destejiendo al son de la música.
Al son de la dulzaina
No son los únicos bailes típicos que se representan. Al son de la dulzaina y el tamboril se bailan los denominados paloteos, que representan un choque militar entre moros y cristianos. Los protagonistas son los mismos niños y niñas que participan en la loa y el tejido de cintas. Ataviados de época, coordinan sus movimientos con el choque de palos de madera, que dan nombre al baile. Con ellos, van marcando el ritmo de las piezas musicales, algunas de las cuales posiblemente se remonten a tiempos del Renacimiento, según afirma José Martín, historiador local de Fuencarral, el cual destaca también los paralelismos de esta tradición con la denominada “danza de los seises” que se interpreta en la catedral de Sevilla.