Si hay un tipo de vivienda madrileño por excelencia, es la corrala. Aunque hay ejemplos de ellas en otras ciudades, cientos de estas humildes construcciones, en un principio llamadas “casas de corredor” proliferaron en la capital a lo largo de los dos últimos siglos y han pasado al imaginario colectivo como el prototipo de la forma de vida del Madrid castizo.
Esta tipología edificatoria hunde sus raíces en las casas en torno a patio de las villas romanas y en la arquitectura hispanoárabe, y tiene su origen más cercano en las construcciones populares castellanas y manchegas del Siglo de Oro, como el célebre corral de comedias de Almagro, construido en el siglo XVII para representar obras de teatro y que hoy día sigue en uso.
En las corralas madrileñas, las viviendas se vuelcan a un patio central y se accede a ellas mediante galerías abiertas, habitualmente hechas de madera. Esta forma de construir se extendió para alojar a la población creciente que se desplazó a la capital desde las zonas rurales, debido a la industrialización del siglo XIX, aunque las primeras corralas se habían comenzado a levantar varios siglos antes en Madrid.
Las corralas respiran la esencia de un Madrid popular, en el cual la vida se hacía en común. En ellas no regían las actuales reglas sociales de intimidad y privacidad, ni dentro de la unidad familiar (ya que muchas veces las “habitaciones” se separaban simplemente con cortinas) ni con el resto de los vecinos del bloque. Dado el reducido tamaño de las viviendas, las zonas comunes del inmueble ofrecían el necesario respiro, y eran el lugar donde socializar y pasar las horas charlando con los vecinos.
Los niños jugaban y correteaban juntos por patios y pasillos y era habitual que hubiese un solo cuarto de baño por cada planta. Éste era compartido por varias familias, que se turnaban tanto para usarlo como para limpiarlo, y servía solo para un precario aseo básico, lo que hacía necesario acudir a las casas de baños municipales para una higiene más completa.
Realmente, las corralas se popularizaron en la capital por pura necesidad, y no tuvo que ser fácil para muchas familias vivir en unas condiciones cercanas al hacinamiento. No obstante, su particular modo de vida en comunidad y su innegable carácter popular convirtieron a las corralas en un icono de Madrid, ampliamente difundido gracias a las letras de zarzuelas y cuplés y sainetes que se ambientaban entre sus muros, idealizando estas microsociedades y ayudando a convertir las corralas en todo un símbolo del casticismo madrileño.
Con el paso del tiempo, muchos de estos edificios, hechos con materiales de construcción humildes, desaparecieron. El debate público que se produjo en 1976 sobre la posible demolición de una de las corralas más conocidas, la situada entre las calles Mesón de Paredes y Tribulete, supuso un punto de inflexión para la conservación de este patrimonio cultural, que culminó un año después con la declaración del edificio como Monumento Histórico-Artístico, figura equivalente al actual Bien de Interés Cultural (BIC). Dicha corrala es una de las pocas visibles desde la calle, y la explanada frente a la que se sitúa fue en otros tiempos escenario de zarzuelas y verbenas. Todo ello hizo especialmente célebre a este edificio, hasta tal punto que es conocido por muchos madrileños simplemente como “La Corrala”, a secas.
Por esa misma época, un equipo de investigadores llegó a inventariar casi 500 corralas en la capital, muchas de las cuales siguen en pie, concentradas especialmente en barrios como Lavapiés, Carabanchel o Tetuán. En una gran mayoría se han ido introduciendo cuartos de baño individuales y mejoras en la habitabilidad, o bien han sido rehabilitadas por completo, tanto por iniciativa privada como pública. Una de ellas, de 1860, se puede visitar en la calle Carlos Arniches, muy cerca del Rastro madrileño. Sede de un centro cultural y del Museo de Artes y Tradiciones Populares desde 2012, el edificio albergó originalmente, además de las viviendas, una galería comercial y parada de carros. Para ese motivo tuvo una fuente y abrevadero en el patio, que han sido recientemente reconstruidos para recuperar la memoria de su uso.
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