fbpx

La ‘Escuela de Chicago’ y el nacimiento de los primeros rascacielos

  • Modelo de ciudad

La ciudad de Chicago fue en el siglo XIX escenario del nacimiento de los primeros rascacielos, y aglutinó toda una escuela de ingenieros y arquitectos innovadores que lo hicieron posible.

Los primeros edificios en altura no superaban las 12 plantas, pero sentaron las bases técnicas y estéticas para las construcciones más altas del siguiente siglo.

 

La ‘Escuela de Chicago’ y el nacimiento de los primeros rascacielos

Vista aérea parcial del centro de Chicago (Loop), de la guía de la ciudad publicada en 1893 por Rand, McNally & Co’s

 

El rascacielos nació fruto de una conjunción de factores, algunos de ellos casuales, y de un esfuerzo colectivo por parte de un grupo de emprendedores e ingenieros que confluyeron en la ciudad de Chicago a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.

El próspero crecimiento de Chicago, populoso asentamiento surgido en el Medio Oeste americano a partir de la fortaleza militar Fort Dearborn, y construido a base de estructuras de listones de madera, se vio frenado abruptamente en 1871 por un gran incendio que arrasó buena parte de la ciudad cuando ésta ya contaba con 300.000 habitantes.

La pujante ciudad se había convertido por entonces en el gran mercado del grano y de la carne del Oeste americano y abastecía a buena parte de los Estados Unidos gracias a su situación estratégica y, de resultas, era también una gran bolsa de cambio. La madera, motivo que había dado fuerza a su crecimiento, resultó ser también su talón de Aquiles, por la facilidad para arder de sus ligeras estructuras. A pesar de la catástrofe sufrida, la ciudad comenzó su recuperación rápidamente y en pocos años ya había comenzado su reconstrucción.

Sobre la vieja cuadrícula, donde había un poblado de características semirrurales, se desarrolla entonces, aceleradamente, una ciudad moderna. La zona conocida como el Loop, el meandro del río, próximo al puerto y privilegiado por su proximidad a los centros de comunicación, se transforma en un moderno centro de negocios, con oficinas, grandes almacenes, hoteles, teatros…

Conforme la actividad económica crecía, la necesidad de estar donde ésta tenía lugar atrajo a gran cantidad de población, y tomó forma la idea de crear edificios en altura. Fueron dos grandes avances técnicos los que consiguieron que esa idea se llegase a materializar: el primero, la invención del ascensor por parte de Elisha Otis en 1853, que posibilitó subir sin esfuerzo a las alturas que poco a poco se iban alcanzando. El otro gran avance fue la incorporación a los edificios de estructuras de acero que hasta el momento se estaban aplicando a puentes y otras obras de ingeniería. Con el anterior sistema de muros de carga que tenían que ser necesariamente más gruesos para soportar el peso de cada vez más plantas hubiese sido imposible alcanzar las alturas que sí permitían los nuevos pilares de metal.

 

La ‘Escuela de Chicago’ y el nacimiento de los primeros rascacielos

A la izquierda, el Home Insurance Building (1885), de Le Baron Jenney, considerado el primer edificio en altura de los tiempos modernos. A la derecha, el “segundo Leiter Building”, de 1889, del mismo arquitecto (imagen: Teemu008). Los 14 años transcurridos entre uno y otro muestran la evolución hacia una estética moderna, cada vez menos ornamentada.

 

Entre las innovaciones que ayudaron a hacer realidad los rascacielos también estuvieron los avances en las técnicas de cimentación, así como el desarrollo, también por William Le Baron Jenney, de una estructura de acero protegida contra el fuego. Fue precisamente este ingeniero y arquitecto el considerado el “padre del rascacielos”. Su edificio de 1885, el Home Insurance Building, con sus 10 plantas luego ampliadas a 12, fue el primero en poner en práctica las nuevas tecnologías con no pocas dosis de innovación por su parte.

En 1889, con su segundo edificio diseñado para el magante del comercio Levi Leiter, Jenney muestra una auténtica evolución, no solo técnica sino sobre todo estética, con su fachada de grandes ventanales y una modulación y lenguaje decididamente modernos.

Al grupo de diseñadores que fueron protagonistas del “boom” de Chicago, se les conocerá como la “Escuela de Chicago”. Todos ellos compartieron no solo la premisa, la voluntad de elevarse más sobre el suelo con sus edificios, sino que, además, sus obras tienen notables puntos en común, como la necesidad de conseguir una nueva estética para las fachadas. Y es que los edificios de la antigüedad solían ser mucho más anchos que altos, y su lenguaje de órdenes clásicos estaba pensado y desarrollado para proporciones más bajas, habitualmente de tres o cuatro plantas. Por primera vez en la historia se encuentran ante la necesidad de componer fachadas que se elevan hacia el cielo, lo que acaba derivando distintas soluciones estéticas, desde dividir la fachada en grupos de plantas, a repetir el mismo ritmo con ventanas idénticas en todos los niveles, diferenciando solo el basamento y la cornisa.

 

La ‘Escuela de Chicago’ y el nacimiento de los primeros rascacielos

A la izquierda, Reliance Building (1890-1895), de John Root. A la derecha, grandes almacenes Carson, Pirie & Scott (1899), de Louis Sullivan (imagen: Ken Lund). En ambos edificios se opta por la repetición “infinita” del ritmo de ventanas.

 

La Escuela de Chicago frenó notablemente su actividad a partir de 1893, fecha de la Exposición Colombina de Chicago, a partir de la cual volvió a imperar la moda del clasicismo. Pero, independientemente del debate de los estilos, el rascacielos no había hecho más que nacer, y en las siguientes décadas la carrera para subir más alto continuó, no solo en Chicago, sino en otras ciudades de los Estados Unidos, y posteriormente del resto del mundo.

El edificio en altura pasó a ser germen de la ciudad contemporánea y a formar parte indisoluble de la misma. La densidad edificatoria que ésta lleva aparejada es una de las características que hace que la ciudad tenga un carácter propio, generando vida urbana, potenciando la diversidad de actividades y haciendo viables las infraestructuras de transporte público. Se trata, pues, de una característica necesaria para evitar la expansión constante por el territorio y para economizar recursos naturales, y, por tanto, se ha convertido hoy en día en una pieza imprescindible para el desarrollo urbano sostenible.

1 febrero 2019

Autor

Madrid Nuevo Norte


1 febrero 2019

por Madrid Nuevo Norte